viernes, 18 de septiembre de 2009

Una caja de gusanos


Deseo, sinceramente, vivir en una caja con gusanos; que mi alma sin riqueza tenga algo seguro: un silencio oscurecido, un resumen de sombras y un espejo, ahí, arribita, para ver pasar el tiempo y decir, por ejemplo, qué esbelta mi quijada colorida, qué tierno el ojo que me queda, en qué ejemplar insecto se convirtió mi frente antes de ave, qué hinchado el corazón y quieto, y qué pies, antes de fuego, ahora fríos.


Deseo, con honestidad es que lo digo, morder amarga las raíces que de viaje entregará la tierra, sentir entre dolor y humorístico pavor que asuste, el estallido de mis órganos podridos; reírme como loca y recordar violines, antiguos enemigos; encerrada en esta pobre arquitectura con gusanos ciegos succionando, hasta hacerme polvo en polvo, tan tranquila. Que mi alma tenga algo bien seguro: un mar de masa amorfa, vida sin puerta, alegría roja, belleza inmóvil y una orgía de embriaguez oscura, amor para mí tan sólo y un sueño triste que reposa.


Pero deseo también, seguramente, que no me mate el extranjero, ni una tiranía de rifles, ni morir por voluntad estúpida de otro; tampoco quiero religión, menos quiero a cualquier dios en estas cosas. Que un pájaro de aire me revuelva el corazón como ruleta, o yo, llorando mi niña escarlatina, muy cansada de la vida idiota, darme jubilosa marcha atrás y ser victoria mía.


Deseo morirme sin campanas ni ademanes, sin llevarme nada, sólo estos ojos que han de comerse a los gusanos, que verán el tiempo en el espejo y en mi calavera floja, flaca, enjuta y en los huesos.